martes, 2 de febrero de 2016

La Voluntad del Fuego #2

Ceguera

Estaba conmocionado, lo de ver tu casa arder no es algo fácil de aceptar, tenía que averiguar qué estaba pasando, así que me aproximé al grupo de hombres por el bosque para pasar desapercibido, la oscuridad del atardecer ayudaba bastante. Estaban murmurando, necesitaba acercarme bastante, logré incluso distinguirles. Eran 3, el que parecía ser el líder era un hombre fuerte y alto, calvo y con cicatrices, vestido de verde oscuro. El segundo era el más joven, rubio con el pelo corto, vestido con colores azules, más bajo que el aparente líder pero igual de fuerte. El último de los 3 era el más viejo y el más bajo, estaba más bien gordo y tenía el pelo grisáceo corto, también iba vestido de verde oscuro. Apenas podía distinguir una palabra o dos sin sentido y al intentar acercarme más sonó un fuerte crujido, acababa de pisar una rama por ser tan descuidado, un sudor frío me recorrió la espalda cuando los tres miraron en mi dirección y maldije por lo bajo, el joven se dispuso a acercarse pero el líder le sostuvo del hombro, parecía estar sonriendo. Reanudaron la conversación, esta vez hablando más alto, lo cuál me hizo dudar demasiado, sabían que estaba allí y por alguna razón no hacían nada o quizá lo harían pronto, así que seguí escuchando hasta saber justo lo que quería.

- Buen trabajo, pero aún hay trabajo que hacer. Mañana nos divertiremos un poco viendo a la preciosa Lora arder en la plaza de Lid y nos iremos justo cuando acabe la fiesta

Le interrumpió el joven con un tono de inseguridad que pareció irritarle.

- ¿Ahora mismo está en la cárcel de la guardia, no?

- Pues claro, imbécil, seguro que hoy no dormirá demasiado sabiendo que su vida está en peligro.

No necesitaba escuchar más, me fui corriendo hacia Lid. No era precisamente grande como para ser una ciudad, pero Lid tenía cárcel y una plaza donde se ejecutaban a las personas en caso de necesidad. Tenía que rescatar a mi madre.

Llegué a Lid por la noche y mentiría si dijera que no me alegré ¿Qué mejor momento para escapar de una cárcel? Todas las celdas tienen unas pequeñas ventanas con barrotes por las cuales no entra una persona normal, por lo que debería derribar un muro, una tarea bastante difícil, desde luego. Grité lo más bajo que pude para ver si mi madre me respondía, era prácticamente un susurro, pero con el silencio que había en la calle se podía escuchar casi perfectamente.

- ¿Leo?

- ¡Mamá!

- ¿Qué haces aquí, hijo? Deberías irte a casa a dormir, no me pasará nada, tranquilo, aún no hay un veredicto final.

Sacó una mano entre los barrotes y me acarició la mejilla. Me sorprendió lo que dijo, que no la pasaría nada. Si lo que habían dicho aquellos hombres era verdad, iban a quemar viva a mi madre delante de mucha gente, ese juicio estaba amañado.

- Mamá, tengo que sacarte de aquí, no entiendo que está pasando pero es probable que el juicio sea una tapadera y te vayan a ejecutar igualmente.

- ¿Qué...?

Tenía una expresión horrible, pero se calmó

- Si es así... tampoco puedes hacer mucho, hijo, vete, solo te meterás en problemas, hazme el favor.

- Lo siento, pero no puedo dejar esto pasar, tengo que intentarlo.

Empecé a buscar algún ladrillo que se moviera un poco en la pared, pero no encontré nada, empecé a arremeter con el hombro contra la pared.

- Para hijo, te vas a hacer daño.

No la hice caso y seguí, Después de que me empezase a doler el hombro, continué con el otro. Una vez terminado eso, empecé a golpear la pared con los puños, desesperado.

- Leo, tienes que irte ya, por favor, no te hagas más daño.

La ignoré de nuevo y continué golpeando, mis nudillos comenzaron a sangrar.

- ¡LEO, VETE!

El grito de mi madre me sacó de ese estado de desesperación, vi que estaba mirando hacia el fondo de la calle, seguí su vista y me sorprendí al ver a los tres hombres por la calle, dirigiéndose a la cárcel. Esta vez sí que la hice caso y salí corriendo, hacia el bosque. Conocía ese bosque como la palma de mi mano por todas las veces que lo había recorrido con mis padres, busqué unas flores de bellandra, me desinfectarían y limpiarían las heridas de las manos. Luego fui al escondite que descubrí con mi padre, un desnivel con un saliente en la tierra con muchas hojas que tenían un fuerte olor, tapaban cualquier rastro del que entrase allí, entré, me tumbé, maldije por todo lo sucedido y las heridas y me quedé dormido.

Cuando me desperté ya había salido el Sol, más o menos por su posición quedaba una hora para el juicio, solían realizarse a la misma hora y, como no tenía más equipaje que la bolsa con la corteza de las infusiones, me lavé la cara para despertarme en el río que pasaba cerca y salí corriendo ¿Llegaría a tiempo?

Para mi pesar, no, o al menos no había juicio, la mitad de Lid se había congregado en la plaza alrededor de un montón de madera, dejando una calle libre que daba a la cárcel por la que deberían venir los guardias blancos con mi madre, sin ningún plan, no podría rescatarla. Me hice paso entre la multitud, quedándome prácticamente en primera fila, vi cómo la ataron, cómo prendieron fuego a la madera. Me encontró, solo pude llorar, ella sonrió y mantuvo la cabeza bien alta hasta que se desmayó del dolor, yo me fui antes de verla arder por completo, no quería tener esa imagen grabada en mi cabeza, prefería su sonrisa. Tenía la respiración entrecortada, una rabia incontrolable, quería destrozarlo todo hasta los cimientos, mi ojo dorado, el derecho, me ardía, me dolían las manos, tenía un nudo en la garganta... todo ese cúmulo de emociones me cegó, llevandome a una calle secundaria de Lid, donde me encontré de cara con un guardia blanco que no llevaba la característica armadura de placas.

- Vaya vaya, el pequeño Leomaris si mal no recuerdo ¿Qué tal?

Era un hombre viejo, con una melena blanca y con una barba bien tupida, no parecía tener dificultades para caminar o mantenerse en pie, pero llevaba un bastón de calidad, podía ser un rango superior de los guardias blancos o simplemente no estar de servicio pero, ¿Por qué me conocía? Le ignoré dándome la vuelta y eché a andar, o al menos, di un paso, me quedé impresionado al ver, otra vez, a los 3 hombres, pero caí al suelo, aquél anciano me había golpeado con el bastón, estaba perdiendo el conocimiento, todo era borroso, lo ultimo que noté fue que me levantaban del suelo, escuché dos frases del mismo anciano antes de desmayarme por completo.

- Largaos, no podéis hacerle nada ahora, está bajo mi protección temporal... Lo siento, Leomaris, lo entenderás a su debido tiempo...

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